miércoles, febrero 28, 2018

Las Ánimas -15-

(capítulo anterior)

Azucar, un poco de canela y unas ramitas de menta que crecían salvajes aquí y allá en el amplio fondo. Con una espátula ancha paseaba la mezcla por la plancha bien caliente, cortando y machacándola, viendo con regocijo como los colores caralamelizan, cambian, empiezan a vivir entre los mates, las risas y el amparo del cielo imponente. 
  Cuando por fin estaba pronta, me percaté que no disponía de un recipiente apropiado para servirla. Apilé la anaranjada pasta sobre el borde menos caliente y en un trote llegué otra vez a la cocina. Mi tía Olga, de espalda, fregaba una asadera. Sus hombros se sacudían vigorosamente. En los estantes altos buscaba yo un bowl, de vidrio, en lo posible, para que el color de mis naranjas a la plancha se pudiese apreciar sin obstáculos. Sin voltear la tía me dice:
- En los de abajo, mijo. Aviváte!
- Y qué querés tía? Si me esconden los materiales...
- Che, nene. Vos seguís sólo, verdad.
  Su intervención me desplazó de inmediato del punto de concentración que traía. Mi corazón empezó a palpitar y la respiración se volvió dificultosa. 
- Deberías tener una compañera, Hernan. Es una picardía que un hombre joven como vos, viva para el trabajo nomás. Es mucha soledad...
  Salí tan rapido como pude, cada una de sus palabras atentaba directamente contra la muralla que protegía los restos de mi corazón, salí con el bowl de vidrio en la mano, volví al fogón donde los perfumes cítricos y el leve aroma de la canela, no acababan aún de desvanecerse. Valiéndome de la espátula, puse todo dentro del recipiente. Mi tía apareció detrás. 
- De tu novia, aquella, cómo era? Larita, no supiste nunca más nada, no?
- Nada, tía. 
- Y esta muchacha, la nieta de Alfonso.
- Valeria.
-  Valeria sí. No te gusta? Porque ella está loca contigo.
- Te dijo algo?
- Ay porfavor, nene!. Una mujer a mis años necesita muy poco para darse cuenta de esas cosas. 
  La tía sabía exactamente cómo hablar con alguien en medio de una reunión sin que nadie aparte de su interlocutor la escuchase. 
 Busqué en la familia una mirada cómplice a través de la cual, salir del paso. Rolo nos miraba y sonreía mientras mi padre y el suyo conversaban acaloradamentre. Desde distancia, parecía saber lo que ocurría. Levantó su mate como brindando. 
 Me estaba quemando las manos con el recipiente. La tía estaba parada entre la mesa y yo. Le pedí permiso, exagerando un poco el apuro. Se hizo a un lado. Aproveché la distracción para concitar la aatención de la familia sobre mí y les dije:
- No se le tiren arriba que está que pela. 
- Y el pan, Beíta? - gritó mi padrino, cuyo apetito proverbial era casi una insignia de la familia. 
- No me viste que lo termino de poner en el horno? Dios querido, estos hombres.- respondió Beatríz, divertidamente ofuscada. 
  La tía se acercó por detrás y me susurró al oído:
- No te creas que te vas a librar así de fácil. Hay varias cosas que vos y yo tenemos que hablar, antes que te vayas. 

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